"...En este bar te vi por vez primera, y sin pensar te di mi vida
entera. En este bar brindamos con cerveza, en medio de tristezas y
dolor. En este bar se abrieron nuestras
almas, y se dijeron frases deliciosas. En este bar pasaron tantas cosas,
por eso vengo siempre a este rincón. Sírveme un trago de Ron y toma tu
cerveza junto a mi corazón; tu eres el camarero de mi amor..."
Alejado del rigor, como es en mi costumbre, y levemente acuciado por la falta de datos biográficos acerca de esta DIOSA que, honestamente, ni siquiera me he molestado mucho en buscar, llamo discretamente a esta puerta para compartir con todos ustedes una de las tantas maravillas con las que Argentina Coral nos -o al menos, me- deleitó. Y haciendo de la necesidad virtud, o mejor aún, de mi merma bandera, ¿por qué no sumergirnos en todo aquello que una canción nos puede evocar, sea ésto ficción o realidad?. ¿Por qué tener que detenernos a justificar si es una cosa u otra cuando es más que evidente que es ambas?. A estas alturas de la vida cree uno atisbar que no tienen por qué ir ambos conceptos de la mano, ni tampoco por qué ser antagónicos; Simplemente son, conviven. Y, con un poco de (mala) suerte, nosotros con ellos.
Mirar hacia atrás con una cierta humildad. Preservando la ternura y atemperando la ira en la medida de lo posible. Intentar conocer lo más básico -con eso uno se conformaría- de la alquimia que nos conforma, desprendiéndonos poco a poco de la costra de cinismo que enmascara y oscurece todo aquello que una vez creímos ser. Asumir también las mutaciones inevitables a las que estamos sujetos; Pensar que nosotros somos los demás. Tanto como los demás nosotros.
Algo de mi
Al igual que los comportamientos y actitudes con los que nos cruzamos en la vida son a menudo meros salvoconductos de justificación o máscara falsaria, la sensación que me inunda cuando abro un libro y procedo a leerlo o escucho -en principio atentamente, poco a poco dejándome ir- opiniones sobre esta o aquella cosa suele producirme desasosiego. Un desasosiego que hace que me haga periódicamente la misma pregunta; ¿Soy yo o es el mundo?. El desdén profiláctico, la desfachatez en autoinvestirse de una altura moral que no tengo claro quién otorga o el desprecio automático en pos de evitar tocar la tierra con las manos, ensuciándonos, me hace pensar si no es todo como una coraza autoimpuesta para mantenernos alejados de todo aquello que nos provoque satisfacción y, ¡Ay!, también malestar. Es como si el contacto con todo aquello que nos produce evocación, introspección o empatia fuese un virus mortal que, una vez inoculado, nos desarmase ante el resto del mundo conduciéndonos a un estado de fatal debilidad.
Unos achacaran este comportamiento a la pretensión de compartimentar no sabe bien uno que puertas, necrosándose en lo más profundo con una actitud perpetuada en el tiempo y que lejos de mantenernos inmunes no hace otra cosa que acrecentar la enfermedad. No osaré decir que están equivocados, porque si soy sincero ni yo mismo lo sé, pero si que me aventuraría a pensar que todo estriba mucho más en el desprecio y el miedo ante el otro, antes que reconocer nuestras flaquezas y, por tanto, asustarse ante el temor de lo que uno es.
Johnny Guitar
Al contrario que muchos de los actores, pintores, escritores, músicos, cineastas, etcétera que menos me interesan, aquellos que tienden a despersonalizarse y esconderse sumergiéndose en el otro, buscando los aplausos fáciles y pretendiendo grandeza cuando no vislumbro más que comodidad y estafa, hay en Argentina Coral algo profundo, túrbiamente atávico. Algo que convive de manera natural con las angustias y con los gozos de cada uno y por ende del mundo, reconociéndonos tal y como somos y, lo que es más grande, tal y como pudimos, podremos ser. Se puede cantar "La sentencia" -en realidad, sí, se puede contar todo- de muchas maneras; Puede ser tanto declamatoria retórica como chulesco arrebato. Puede ser incluso honesta confesión de un irrenunciable deseo de venganza. Puede ser casi tantas cosas como cada uno de nosotros quiera o vislumbre. Pero lo que en mi opinión la hace en verdaderamente grande es que es todo eso a la vez, siendo ella y nosotros, usted, yo, cualquiera que mire -escuche estaría mejor dicho- con la atención y humildad precisa. Renglones de nuestras vidas largo tiempo traspapelados en el olvido, voluntario o no. Pero que en cuanto comienza el cuento, la guitarra, los bongos, los situa de nuevo ante nosotros mismos como si fuese la historia de cualquiera de nosotros; De hace mucho, o de antes de ayer, o por qué no, de un mañana por la noche cualquiera.
La sentencia
Para terminar este sin sentido. Les ruego me disculpen, de verdad. Seguramente -seguro- mis facultades no sean lo suficientemente buenas para poder ahondar en la naturaleza y el comportamiento del desasosiego, o en la sutilezas y requiebros de la alegría. Siendo esto sin ninguna duda defecto imperdonable por poder llevarme a una errónea percepción y, lo que es peor aún, aburrirles, les dejo con una canción. Una canción que como todas las de la Coral es polisemia intrigante, vericuetos de la imaginación, veladura ficcionada y pilar robusto de la realidad. Todas y cada una de esas cosas.
Tiempo