Antonio González Batista nació en el Barrio de Gràcia allá por 1926. Hijo de un gitano de pura cepa que se ganaba la vida bajando a vender pescado a Barcelona (de ahí lo del sobrenombre de "El pescaílla" aunque él prefería "El pescadilla") y a quién acompañaba desde niño en su menester. Por las noches lo haría también -mucho más gustosamente, imagino- cuando cantaba y tocaba la guitarra en el Tablao de la Pava.
Desde muy temprano demostrará su talento. Aprende rápido las reglas del juego. Primero escrutando desde sus pequeños ojos negros, burlones y tristes, lo que a su alrededor acontece. Después aprendiendo a aprehender el sentimiento, a deshacerse de lo accesorio. Finalmente llevándolo a la práctica, con un sonido y una actitud que acabaran por configurar su leyenda.
"Si yo pudiera detener el tiempo, eternizarlo todo en ese día,
Si yo pudiera detener el tiempo, ahora mismo lo haría, vida mía"
Si yo pudiera detener el tiempo
El boca a boca vuela por toda Barcelona. Tiene la imagen y sobre todo el talento. Armado de su perenne atractivo y un aire sigiloso que ya nunca lo abandonará. Investido de un aura que combina tristeza y dignidad con el aturdimiento propio de las mañanas resacosas y la hambrienta juventud, nunca se sabrá bien a qué atenerse con él. Atípico en lo sentimental y esquivo en lo tópico, las fotografías lo suelen mostrar serio, distante. Media sonrisa triste a lo sumo; sonrisa que nunca se sabe si es gesto adusto o mueca sarcástica. Ungido con un cetro invisible de artística realeza, el atildamiento inherente a la época es en él, a poco que rasquemos en la superficie, mero disfraz, fogueo estético.
Avanzados pues los años 40, Antonio González es ya el príncipe de la rumba y el señor de Barcelona. Su sentido del ritmo comienza a tener la cadencia perfecta, chispeante y libre. Un ritmo que brota de la tradición y se perfeccionará con los aires cubanos: el son, el mambo, el guaguancó, el chachachá... Cuba, siempre Cuba. El viaje de ida y vuelta emprendido por sus ancestros años atrás cobra en el una nueva dimensión. Tras ejercitarse en todos los palos, finalmente ha decidido quedarse en un rincón. El lugar donde una guitarra escueta y una vez lisonjera o increpante, a menudo ambas cosas en la misma canción, gobiernan de un modo incomprendido. Cuanta más desdicha a contar, más ritmo y jarana. Cuanta más alegría, más pesimismo e introspección. Las contradicciones de la vida trasladadas a su música, a la rumba.
"Si negaras mi presencia en tu vivir,
Bastaría con abrazarte y conversar,
Tanta vida yo te di, que por fuerza lleva ya, sabor a mi"
Sabor a mi
La destreza infinita en pulsar la cadencia del latido acompasado se torna maestría. Un latido que es también -acaso prolongación de algo genético- tic tac inexorable de un infierno interior que acabará, con el paso del tiempo y sus querencias, por consumirlo. Cronista de la soledad, adereza su lírica amargura con pinceladas escuetas y ajustadas: uno bongos aquí, las palmas rítmicas allá, la guitarra precisa acullá... Y la voz. desnuda.
Porque su voz, asentada en el fraseo, el ritmo y el tono, es principio y fin, nostalgia evocada, gozo del lamento. El tono orgulloso, distinguido, atormentado. Sutiles quiebros, crescendos desbocados. la felicidad del instante en su máximo apogeo. en las esquinas de su arte juegos florales mezclan la onomatopeya con la desidia inspirada. El momento como retrato de la eternidad. Un aire de romanticismo melancólico -pero en absoluto amanerado- lo impregna todo. Romanticismo que es búsqueda constante, libertad indómita. Porque sabe, desde el primer instante, que la pena es la que fragua o deshace los cimientos de la alegría.
"Ámame, ámame esta noche con, con loca pasión,
Quiéreme, quiéreme mi vida, que sane esta herida en mi corazón"
Ámame esta noche
En los albores de los 50 la longeva sociedad artística de Lola Flores y Manolo Caracol se rompe, cuarteada por otra ruptura, la de su relación sentimental. Lola está decidida a regir su destino. Comienza a forjar su leyenda -y no solo la artística- y tras unos cuantos amoríos acaba al lado de Gerardo Coque, futbolista del Atlético de Madrid y coempresario con ella de su espectáculo. Encaprichada con el joven Antonio nada más verlo en Madrid cualquier noche de las muchas noches salvajes, consigue que firme contrato con ellos, y se allana el camino firmando también a su pareja de entonces, Carmelita Santos, bailaora con quién tiene un hijo. Será cosa de tiempo: los coqueteos entre bambalinas, los arrumacos cómplices, las miradas furtivas, el arte de la seducción, pronto producirán sus efectos. Ya tiene su cuerpo y su alma, aunque Antonio aún no lo sepa. Tiene obligaciones familiares (dos hijos) que atender en Barcelona y vive un tanto a salto de mata entre las giras y la comodidad de su reino. No tiene, ni tendrá nunca, la ambición de Lola y, tanto en lo profesional como en lo sentimental, delega de primeras un mando que, por tradición y por época, debería ir por él gobernado. Será la suya, desde el principio, una relación inevitablemente supeditada al mito que ella ya comienza a ser.
"Quizás no pude hablar cuando te vi,
Hay algo en tu mirar que nunca vi"
Alguien cantó
La historia sigue su curso. El mito de Lola es ya enorme, un monstruo gigantesco que devora todo lo que encuentra en su camino: hombres, público, canciones, ella misma. Y aunque Antonio no sea otra más de sus involuntarias víctimas, al ir de su mano sufre los mismo vaivenes que él una vez provocó, amplificándose además por el inmenso estatus que ella está logrando. Cada vez más cómodo, prisionero en su esquina, decide ser atrezzo antes que actor principal, mientras Lola, generosa y magnánima, le deja su sitio como contrapartida moral. Prácticamente convertido en mero guitarrista de puertas afuera, acompañante del mito, padre de sus hijos, discreto pero sólido apoyo, cada vez se encierra más en si mismo. Y muy de vez en cuando el estallido de genio: una canción en alguno de los discos de ella, un papelito discreto en la pantalla, dos o tres rumbas en medio de su espectáculo, algún sencillo o EP cada vez más espaciados.
"En la vida y en el amor, ay es mejor, aunque a veces nos duela
Engañar a un corazón que vivir una quimera"
Son los años "pop" de la pareja. Los revolucionarios 60. Incluso aquí. Interpretaciones personales llevadas a su terreno mucho antes que simples versiones. Divertimento y creación, pasatiempos e inspiración, llámenlo como quieran. Pero siempre la chispa instantánea, brote ésta del "Fiel amigo" de Nono Pugliese -un piano saltarín, la guitarra pellizcada, la onomatopeya por divisa- o revisando "Extraños en la noche" en clave de western crepuscular, trasunto de Dean Martin en "Río Bravo", pañuelo de lunares al cuello, guitarra y palmas por sombrero, revólver y balas.
El genio incomparable para poder transmitir todos y cada uno de los sentimientos que describe Jobim en "Chica de Ipanema" a partir de una lengua indescifrable, una especie de Spanglish caló, inicialmente juego privado con sus hijos, en el que los "daguerolai", "burubaps" o los "gueialous" significan -y a ver que lingüista tiene arrestos para discutírmelo- "sozinho", "balanço" o "corpo dourado".
Y siempre ahí, agazapda, la fugacidad eterna y silenciosa de la tristeza. Una tristeza adherida a su ser, apenas mostrada entre susurros, con gestos imperceptibles, en lo más profundo de si mismo. Probablemente la única manera en que era capaz de hacerla aflorar. el misterio del silencio cuando éste es sincero y limpio. Y si todo ésto lo llevó consigo siendo gallo joven, qué no iba a acarrear consigo mismo en el ocaso de una vida, y sobre todo de un tiempo, que ya jamás iba a ser el mismo.
"Levántate, no te arrodilles a mi presencia
Si te remueve la conciencia
Recogerás la indiferencia por tu proceder"
Como el rey sin corona de un reino sin territorio, decide pasar los últimos veinte años de su vida recluido en su propio exilio: la familias, los recuerdos, los amigos, la gloria pasada, alguna juerga en "El Lerele" que muy bien puede durar varios días. Un refugio desde el que muy de vez en cuando exhalará alaridos de tristeza o declaraciones de majestad. Tan lejanos del exhibicionismo sentimental propio de las viejas glorias como discretos en su suave musitar, en la asunción de su talante incomprendido, en su manera de llevar la vida a cuestas.
"Pero oye cómo están criticando, los que no les gusta trabajar
Y el que no tiene mujer, ni hijos que mantener"
En un género erróneamente tenido por jaranero, por mero afluente amable de algo más enjundioso, siempre ha sido contraproducente optar por el silencio. Más aún cuando dicho jaleo ha sido casi siempre el natural proceder para hacerse escuchar. Tan solo unos pocos -casualmente los más grandes- optarían por el silencio como la única manera cabal de hacerse oír. Antonio González Batista elegiría ese camino durante toda su vida. También el 12 de noviembre de 1999, a punto del acabar el siglo, discretamente y en silencio, hizo mutis por el foro.
Este texto fue incluido en las notas interiores de la recopilación publicada por Vampisoul en 2011: Antonio González "El pescaílla". "Tiritando". Las imágenes son parte del precioso diseño realizado por Victor)Coyote(Aparicio para la misma recopilación.
¿Así que Lola tuvo otro novio entre Don Manolo y Don Antonio? Yo me había creído el romance del casamiento-rapto, al amanecer, para evitar que Don Manolo irrumpiera, ebrio de amor, en el evento a interrumpir el enlace...
ResponderEliminarExcelente texto, un lujo para este saloncito.
Salud,
d
Es al revés, el casamiento rápido y al amanecer era por miedo a que viniera la familia de la “mujer” de Antonio , y madre de su hija,
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCreo que tuvo muchos. Antes, durante y después. Una verdadera fiera era Doña Lola, amic d.
ResponderEliminarSe casaron, si no estoy equivocado, en el valle de los caídos, a las siete de la mañana, por estar ella embarazada de Lolita. Era práctica habitual entre los así llamados "descarriados".
Me alegro que le haya gustado el texto.
He leído por ahí, a apropósito de esta sagrada reedición y sus no menos benditos textos, nosequé correcciones acerca del día final que el Pescaílla nos dió con el portazo en las narices. Mal empezamos si hablamos de fechas cuando aquí reunidos lo que hoy se celebra precisamente es justamente lo contrario, su inmortalidad. Dicho en palabras llanas, la vigencia y futura permanencia de un artista y un legado probablemente con más fuerza, arraigo y proyección del que disfrutó en vida. Y buena parte de culpa debería corresponder a quien ha estado tras este esperado “Tiritando” (Vampisoul) y los conmovidos textos que incluye el disco arriba expuesto y que ahora leo. La leyenda de Antonio González se apoyará en ellos. Gracias.
ResponderEliminarhttp://lasmilvidas.blogspot.com.es/2012/11/libertad-creativa-i-el-pescailla-el.html
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